¿Cuántas veces te miraste al espejo y te cuestionaste si lo que llevabas puesto “estaba bien”? Si resaltaba demasiado, si disimulaba lo que querías esconder, si encajaba con lo que se esperaba de vos. Todas hemos estado ahí. Es increíble cómo algo tan simple como la ropa puede despertar tantas inseguridades. Pero, ¿qué pasaría si en lugar de vestirnos para cumplir con una expectativa, lo hiciéramos para sentirnos bien?
Vestirse con intención no es solo elegir una prenda bonita, sino escuchar lo que nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan. Hay días en los que queremos sentirnos poderosas, otros en los que necesitamos contención, y hay momentos en los que simplemente buscamos comodidad. Nuestra ropa puede ser esa segunda piel que nos sostiene, que nos envuelve en suavidad y que nos recuerda quiénes somos.
Porque sí, todas tenemos inseguridades. Todas, en algún momento, dudamos de nuestro cuerpo, de nuestra imagen, de cómo nos ven los demás. Pero lo que olvidamos es que somos mucho más que un reflejo en el espejo. Somos nuestra risa, nuestras palabras, nuestra energía. Somos el amor que damos, los sueños que perseguimos, la historia que llevamos dentro.
Y si hay algo que queremos recordarte hoy es que sos maravillosa. No porque alguien más lo diga, sino porque lo sos en esencia. Y tu ropa no debería ser un disfraz para ocultarte, sino una herramienta para expresarte, para abrazarte y para caminar con más confianza.
Así que la próxima vez que elijas qué ponerte, preguntate: ¿cómo quiero sentirme hoy? Elegí lo que te haga bien, lo que te permita moverte con libertad, lo que te haga sonreír cuando te veas. Porque vestirte con intención es, en el fondo, una forma de quererte un poco más.